Abuso Sexual Infantil: Algunas consideraciones acerca del daño y la recuperación
Abuso Sexual Infantil: Algunas consideraciones acerca del daño y la recuperación
El abuso sexual infantil es una experiencia de gran potencial traumático, con efectos en el desarrollo integral de la persona, más aún si ésta no cuenta con apoyo de su entorno cercano y/o con ayuda especializada. Resulta complejo definir un único tipo de experiencia subjetiva en torno al abuso, más bien es posible hablar de recurrencias, es decir vivencias negativas comunes en las víctimas, principalmente en torno a aspectos de su sexualidad, la percepción de sí mismo y del propio poder para protegerse y confiar adecuadamente en otros. También habrá que decir que, en torno al abuso sexual infantil, aún circulan en la sociedad muchos mitos y creencias erradas en torno al mismo, necesarios de ir visibilizando, pues causan sufrimiento y confusión
Palabras clave: abuso sexual infantil intrafamiliar, manifestaciones del daño y creencias erróneas/mitos.
Quisiera retratar, desde mi experiencia como psicoterapeuta , y gracias al trabajo con quienes han sobrevivido a la violencia sexual, un bosquejo sobre las formas subjetivas que pueden adquirir los efectos del abuso sexual en la vida de una persona. No busco definir, pues no quiero que al visibilizar algunas formas de presentación de la experiencia, deje invisible o invalidadas otras, en que los efectos del abuso no sean tan evidentes. El objetivo central de escribir este artículo es favorecer la psicoeducación sobre la temática, con un lenguaje lo más cercano posible, de modo que podamos como sociedad comprender y acompañar mejor a quienes han vivido una vulneración sexual, continuando en el camino de la visibilización y denuncia acontecido durante los últimos años en nuestro país y el mundo entero.
Asociado a lo mismo y buscando derribar mitos (aún los hay por montones), es importante decir que hay niños y niñas que, pese a haber sufrido una experiencia abusiva, no desarrollarán síntomas evidentes. No significa que no les haya afectado, no significa que ello no haya ocurrido, las más de las veces se asocia a mecanismos de defensa disociativos desplegados para sobrevivir al trauma y continuar “funcional” en la vida (ir al colegio y pasar de curso, cuidar mi mascota, tener que saludar al agresor/a en algún evento familiar, jugar con los hermanos, etc.) y será en un momento posterior donde se experimentarán con mayor consciencia los efectos traumáticos de lo ocurrido. Es común, por ejemplo, que cuando los niños y niñas asintomáticos rompen el secreto y logran develar el abuso, acontece la emergencia de sintomatología post traumática u otros cuadros clínicos que requieren atención.
Ciertamente las formas y tipos de abuso que un niño/a puede sufrir son diversos , pero he querido detenerme y poner el acento a aquellos provenientes del mundo adulto, en donde el niño/a se percibe vinculado afectivamente con quien lo agrede, existiendo una relación afectiva entre ambos, con expectativas, recuerdos, necesidades, etc.; y en un momento en que evolutivamente las necesidades de dependencia y cuidados redoblan el efecto traumático del abuso sexual.
Cabe acotar que, cuando hablamos de traumático, estamos diciendo que dicha experiencia supera la capacidad psíquica de ese niño/niña para hacerle frente con sus propios recursos, muchos dirán que el abuso sexual es traumático en sí mismo, dada la perversión, o al menos distorsión de roles, que se instala en una relación que debiese ser de cuidado y protección. En el trauma también hablamos de un contexto, que no reacciona de una forma que valide la existencia de una experiencia abusiva, dejando a la víctima sumida en cuestionamientos y soledad.
En general es posible plantear que existen dimensiones en la vida de una persona que se pueden afectar por el abuso sexual o incluso la globalidad de su desarrollo en aquellos casos particularmente graves (por factores tales como cuán temprano sea el inicio del abuso, presencia de polivictimización, la cronicidad del mismo, la cercanía afectiva del agresor/a con la víctima, entre otros). En la literatura especializada habitualmente son descritas como dinámicas traumatogénicas (Finkelhor y Browne, 1985 ), y vienen a señalar un tipo particular de trauma, diferente de otros, que dicho de una forma más comprensible podría llegar a afectar a la persona en la confianza y las vinculaciones, el desarrollo de su sexualidad, la vivencia de ser diferente negativamente por la experiencia abusiva y la capacidad de protegerse.
Al ahondar en cada una de ellas es posible obtener un bosquejo lo suficiente amplio para describir aspectos centrales de la experiencia abusiva.
De esta forma, podemos señalar que el ámbito de las vinculaciones íntimas y la confianza es evidentemente uno de las áreas más sensibles. Ello guarda relación la dificultad para confiar o en el polo opuesto de expresión, una confianza indiscriminada, cuyo origen está en experiencias repetidas de traición por parte de las figuras cuidadoras, quienes no protegieron ni respetaron los límites cultural y legalmente aceptables entre un adulto y un niño/a.
Otro ámbito muy sensible a la experiencia abusiva, es el desarrollo psicosexual , el que se ve alterado por la introducción de una sexualidad violenta y en una etapa del desarrollo en que no existe una madurez ni biológica ni social. La sexualidad abusiva tiene varias aristas descrita por diversos autores , la expropiación del propio cuerpo, la erotización traumática, la distorsión de la imagen corporal, entre otras. Todas ellas conllevan una gran confusión y sufrimiento para el niño/niña, quien ya no sabe en quien puede confiar y en quien no; experimentando además vivencias muy perturbadoras respecto del propio cuerpo y sus sensaciones.
Lo anterior permite pensar otra particularidad posible de encontrar con frecuencia en el abuso sexual, esto es la estigmatización en las víctimas. La vivencia de diferencia que marca, donde la experiencia abusiva es sentida como una especie de signo que puede llegar a ser percibido por los demás. Es distinto decir: es un niño/niña abusado/a, versus decir es un niño/niña que sufrió una experiencia abusiva (es recomendable utilizar esta última forma de referirse). En la primera expresión, todo lo que ese niño/a es, queda reducido al abuso, borrando otros ámbitos de su experiencia y desarrollo que pueden ser diversos y resilientes.
Vivir y sobrevivir a una experiencia de abuso sexual implica también convivir con un sentimiento de indefensión importante, referido a que todo intento por poner algún tipo de límite resultó ineficaz, aplastando los sentimientos de eficacia de ese niño/a en el mundo. Ello se puede expresar nuevamente en el ámbito de los polos, existen personas que se sienten fácilmente “pasada a llevar por otros” y/o se muestran complaciente a los deseos de otros (muchas veces contrarios a los propios), o aquella extremadamente reactiva frente a cualquier provocación percibida como amenazante. El fin es el mismo, protegerse del terror de sentirse un objeto, que no tiene poder para detener aquello que le está causando dolor psíquico y/o físico.
Lo anterior nos permite pensar y preguntarnos cómo subjetivarnos luego de una experiencia así, es decir, cómo experimentar una vivencia de la propia vida en donde yo no sienta que la experiencia abusiva determina mi presente y devenir. Nuevamente diremos que la respuesta obedece a la singularidad de cada persona. Sin embargo, es posible plantear algunas recurrencias sobre formas de alivio al sufrimiento, construidas en el espacio terapéutico, sin ser este necesariamente el único lugar donde encontrar alivio de dichas experiencias, sí diremos que es un escenario muy relevante para la recuperación.
Hablar sobre el abuso sexual habitualmente duele (entristece, angustia, da miedo), pero también libera, de una de las características más distintivas del trauma de este tipo de violencia, esto es el secreto (ya sea como algo impuesto o vivido implícitamente). Las personas que han sufrido una experiencia de esa índole muchas veces no lo han narrado nunca o lo han hecho parcialmente, por temor a ser juzgados o invalidados en su testimonio: “nadie te va a creer” es una de las amenazas más comunes de los/as agresores. La cual a veces encuentra asidero en la reacción del entorno que, con sus múltiples preguntas inadecuadas y cuestionadoras , retraumatiza a la persona.
Retomando lo último, uno de los aspectos centrales de abordar como sociedad es la victimización secundaria, se recordará su relevancia en campañas como “no me preguntes más ” o en proyectos de ley como la aprobada Ley 21.057 de Entrevistas grabadas en video y otras medidas de resguardo a menores de edad víctimas de delitos sexuales, que busca reducir este tipo de victimización.
Al abordar algunos aspectos del daño sufrido por el abuso sexual y su recuperación, quisiera puntualizar dos elementos muy recurrentes en el trabajo con padres y con las víctimas mismas, que mal entendidos generan sufrimiento en las familias: el tema del olvido y la pregunta por las sensaciones corporales en los niños/niñas. Respecto del primero, diremos que en terapia se busca más que olvidar (lo cual con justa razón muchas veces es la expectativa de la persona que consulta), que aquello que ocurrió no determine negativamente “quien soy” y no sea el eje traumático desde el cual organizo mis recuerdos y mi vida.
De esta forma se produce un olvido, en el sentido que no lo pienso constantemente ni atribuyo todo lo negativo que me sucede, pero si puedo acceder a dicho recuerdo si lo deseo (a diferencia de los recuerdos intrusivos, por ejemplo, donde los recuerdos no elaborados ni integrados se imponen sin control generando malestar y sufrimiento).
Por otra parte, es sorprendentemente común en algunas familias o personas cercanas la pregunta a veces implícita o otras explicitada directamente (probablemente angustiosa pero muy violenta) “¿le gustará?”, frente a conductas masturbatorias o conductas sexualizadas que los niños y niñas pueden experimentar. Parte de lo mismo, pero visto desde otro ángulo, es la situación de algunos adultos abusados reiterada o crónicamente en la infancia y/o adolescencia que consultan y plantean un “reconocimiento” paradojal, doloroso y vergonzoso, referido a haber experimentado sensaciones placenteras en el cuerpo. Dicha vivencia ha sido guardada por mucho tiempo, siendo muchas veces uno de los núcleos más duros y difíciles de abordar por un sobreviviente, pues tiene la trampa de hacer sentir a la persona partícipe del abuso. Frente a ello y retomando la idea de aquello que no se puede controlar, habría que decir que, en ocasiones, el cuerpo siente pese a que la persona no quiere y viceversa, a veces quiere sentir, pero no puede. El cuerpo de un niño/a agredido sexualmente es estimulado y erotizado de una forma imposible de elaborar en ese momento, una de las consecuencias más comunes como ya se señaló es la alteración en el desarrollo psicosexual, habría que precisar que los niños y niñas no sienten un placer genital como el que experimenta un adulto que hace uso libre de su sexualidad, más bien experimentan un exceso de estimulación en el propio cuerpo, imposible de asimilar que busca vías de elaboración e integración a través de la repetición traumática, y que requiere de una respuesta comprensiva y contenedora de su entorno y de apoyo especializado.
A todo lo ya dicho, debemos agregar que estamos hablando de un delito, tipificado en el código penal, el cual debe ser denunciado por cualquier persona que tome conocimiento de ello cuando se trata de menores de edad, en razón que son delitos de acción penal pública. Se puede denunciar en la Fiscalía, Servicio Médico Legal, Carabineros y Brisex de la PDI. Se denuncian sospechas no certezas y es labor del ministerio público y las policías investigar, no de la familia o los profesionales .
Hace poco, el 11 de julio del presente año, el Gobierno promulgó la Ley que declara la imprescriptibilidad del abuso sexual, lo cual es un logro, en tanto reconoce las particulares dificultades para hablar en una víctima de este tipo de delito, lamentablemente no es retroactivo. Pese a ello, una persona podría acudir a denunciar como un acto más de alivio del dolor sufrido, siendo competencia del Tribunal declarar la prescripción del delito. Con ello no se está diciendo que no ocurrió o que no se le cree a la víctima, por ejemplo, más bien que dado el tiempo transcurrido lo denunciado no podrá ser investigado. Pese a esto, a veces denunciar en esta circunstancia puede ser acto simbólico de rebeldía, lucha y valor para un adulto que siente que cuando niño/a no pudo sacar su voz y defenderse, mucho menos ser protegido.
Finalmente, quisiera transmitir la convicción que, con la ayuda apropiada, ojalá especializada en violencia sexual y trauma, es posible encontrar alivio a este tipo de sufrimiento, pero cada persona es única y la solución que encuentre a ese dolor será una co-construcción única también de su trabajo psicoterapéutico.
Temas
Alternativas de Atención
- Psicoterapia individual a adultas/os, adolescentes, niñas y niños
- Atención Psiquiátrica
- Terapia Familiar
- Terapia de Pareja
- Terapia de Grupo
- Psicoterapia Reparatoria a personas víctimas de violencia
- Terapia de Revinculación
- Psicoterapia a Hombres que ejercen violencia
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