Feminidad, Sexualidad y Salud Mental



¿El pertenecer a un sexo o al otro puede constituir una situación de riesgo para la salud? ¿Qué repercusión en la salud tiene la concepción de rol de género en la vida sexual de la mujer? ¿Qué se entiende por feminidad? La mujer durante años ha sido definida desde márgenes establecidos por una cultura patriarcal, en la cual su definición a quedado ligada a conceptos como esposa-dueña de casa-madre, resultándole difícil pensarse fuera de los márgenes sociales establecidos y deseados. Lo anterior, da cuenta de que los lugares donde la mujer encontraría su ideal femenino son escasos, restrictivos y limitantes; lugares que tampoco le permiten mantener una relación con la sexualidad libre de conflictos y ambivalencias. En este contexto, podría pensarse que la imagen de mujer que aún se mantiene es la de una mujer pasiva, quedando silenciados sus deseos y necesidades.

La mujer durante muchos años ha vivido la sexualidad con culpa al asumirse como seductora y provocadora del hombre, lo que se ha entendido socialmente como algo intrínsicamente femenino. Sin embargo, pareciera que este sentimiento de culpa podría entenderse más bien como producto de una educación psicosexual contradictoria, ya que en una primera etapa se le impide a la niña vivir su sexualidad, quedando sumida en el desconocimiento de sus órganos y de sus placeres; para luego (y sobre todo durante la pubertad) inculcarle el culto del cuerpo-objeto para gustar a otro. ¿Cómo puede estar influyendo esto en su salud mental?

Este error en la aproximación a la mujer, no sólo afecta de manera importante en su relación con la sexualidad, sino que pareciera operar como fuerza material en la construcción de su subjetividad, teniendo efectos iatrogénicos en su salud mental. Pareciera que no resulta mentalmente saludable para una mujer ser femenina, al menos en el sentido estereotipado, ya que las características femeninas, incluyendo la pasividad-dependencia, son clasificadas como menos maduras, menos saludables y menos competentes socialmente que la descripción estereotipada de la masculinidad.

En este sentido, pareciera urgente pensar tanto la feminidad como la masculinidad, aludiendo más bien a una subjetividad que seréa la encargada de marcar al cuerpo, sus funciones, deseo sexual y las múltiples significaciones que modelarían los comportamientos diferenciales. La feminidad sería, desde esta lógica, sólo el resultado del conjunto de convenciones que cada sociedad sostiene como tipificadores de lo femenino. A partir de esto, la respuesta a la pregunta ¿qué entendemos por feminidad? se encontraría en lo que cada cultura demanda a la mujer.

En este sentido, pareciera que sólo desde la lógica de una subjetividad femenina y no de una feminidad como categoría general, es posible pensar que en la mujer existiría una multideterminación en la configuración de su aparato psíquico, multideterminación que tendría que ver con los múltiples deseos que la constituirían. Pero, desgraciadamente, estos “otros deseos” no son vistos como compatibles con la imagen de mujer mantenida en la cultura patriarcal, por lo que la mujer pareciera quedar anudada al conflicto: el sujeto mujer, debe constituirse bajo una resistencia mayor, bajo una lucha trasgresora permanente, y mientras más se oponga a las imposiciones culturales restrictivas, más preservará su salud mental.

Se hace fundamental entonces, que la mujer pueda ser dueña de su propio cuerpo, que pueda experienciarlo desde múltiples roles y desde el goce sexual, trascendental para su salud psíquica; y no sólo desde los lugares que la cultura patriarcal le asigna. Se vuelve relevante el dar a conocer y legitimar sus órganos, sus deseos, sólo asé la mujer podrá habitar un cuerpo para sí, siendo agente de su propio goce, separando la sexualidad de la reproducción y del amor. Será necesario entonces, que todos los que participan directa o indirectamente en temas que aluden a la mujer, se atrevan a introducir nuevos paradigmas que permitan pensarla desde su posición de sujeto, ya que la feminidad convencional, es decir, los estereotipos de idealidad del género, en la actualidad se hallan en contradicción con los criterios de salud mental.

En este contexto, se vuelve crucial revisar las nociones de género que se manejan en las diversas instituciones de salud mental, ya que éstas podrían estar perpetuando -sin quererlo- los valores patriarcales, en desmedro de una evolución hacia un bienestar psíquico. Se hace relevante no olvidar que la mujer que consulta trae consigo un malestar que muchas veces puede leerse como síntoma que da cuenta de su insatisfacción, pero que también denuncia un malestar cultural. Es decir, da cuenta de cómo ella ha sido y está definida en falta, situada en una posición inferior; y no sólo de una inferioridad con respecto al hombre, sino en cómo esta manera de vivir a calado en lo más profundo de su subjetividad, en cómo se piensa a sé misma, cómo se relaciona con los demás y con su propio cuerpo. Sólo desde una perspectiva que piense a la mujer desde su dimensión de sujeto, permitirá que ésta puede vivir la sexualidad sin culpa y ligada a un desarrollo y enriquecimiento personal, en la cual la diferencia entre hombre y mujer no se sostenga como una desigualdad que invisiviliza las especificidades de cada sujeto.

Javiera Léniz Álvarez.
Psicóloga Clínica

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