La invisibilidad de la violencia psicológica



“Quien te quiere, te aporrea” es un frase tan familiar que solemos escuchar desde la infancia, y que podría dar cuenta de una forma colectivizada de legitimar nuestra historia cultural de abusos y violencia, principalmente hacia la mujer. Es un modo figurado de expresar coloquialmente un trasfondo ideológico, en el cual el amor implicaría necesariamente al maltrato.

Si bien las víctimas de violencia pueden ser tanto hombres como mujeres, el género femenino ha sido y sigue siendo el más afectado por esta realidad. Esto continúa siendo avalado por nuestra sociedad patriarcal, tal y como lo demuestra el estudio “Violencia Intrafamiliar en Cifras”, elaborado por el Servicio Nacional de la Mujer (Sernam), el cual afirma que un 35,7% de las mujeres en Chile ha sufrido algún tipo de maltrato en su vida. Así mismo, el daño psicológico aparece como el tipo más frecuente de agresión, alcanzando un 37,2%.

Pero ¿qué sucede cuando leemos estas cifras? ¿Nos impactan, nos interpelan, nos conmueven o más bien las abordamos como un número estadístico entre otros? Cuando en las noticias vemos violencia y femicidio por doquier, ¿es algo que podemos captar en su gravedad o es una noticia más? ¿Será que la violencia está tan arraigada y naturalizada en nuestra sociedad que no somos capaces de verla en su real dimensión? El problema consiste justamente en que las distintas formas de violencia están tan presentes en nuestro diario vivir que ya no podemos identificarlas, ni tampoco descifrar desde cuándo algo comienza a ser violencia; no sabemos dónde poner el límite y, peor aún, si nos damos cuenta, no sabemos (como cultura y como sujetos) qué hacer con ello. En consecuencia, generalmente se suele negar, ignorar o disminuir la importancia de dichas agresiones: como decíamos “quien te quiere, te aporrea”, o freses símiles en el orden de: “me golpea, pero es un buen hombre”, “a veces se exalta, pero en por el trago”, “ganado me tenía este reto” “me grita, pero no me pega”, etc.

Esta tendencia a subestimar la gravedad de la violencia y sus efectos dañinos, aleja la posibilidad de cuestionarla en sus fundamentos y de elaborarla. Es decir, no permite la emergencia de una pregunta subjetiva-existencial referida al ¿quiero esto para mi vida?

Son muchas las interrogantes que debiésemos plantearnos frente al maltrato y la violencia. Sin embargo, el problema fundamental recae en que las mujeres suelen pensar que la situación cesara, se revertirá y que todo volverá a la “normalidad”. Pero por el contrario, muchas veces la violencia psicológica es la aurora de la violencia física que advendrá y el fenómeno de la violencia suele darse en una escalada cada vez más grave.

Pues bien, se hace necesario entonces, intentar esclarecer a qué aludimos cuando hablamos de violencia psicológica –singularmente la violencia hacia la mujer-. La violencia psicológica es entendida como un conjunto de conductas que ejerce una persona sobre otra, entre las que se encuentran: manipulación, amenazas, acoso, humillación, descalificación, menosprecio, control, celos que implican una coartación limitante. A su vez, el agresor debe ejercer dicha conducta sostenida en el tiempo, dejando un daño significativo en la víctima, logrando con esto el dominio sobre ella y sobre la relación en su conjunto. Este escenario permite ir generando consecuencias que progresivamente conducen al aislamiento de los vínculos familiares y sociales de la víctima, y a la renuncia de toda actividad de disfrute realizada con autonomía y separada del agresor. Cuando el vínculo víctima-agresor adopta esta forma, se hace aún más difícil por parte de la víctima cuestionar su condición y su lugar subjetivo. Es por ello que es de suma importancia ser capaces de detectar estos primeros indicios, desnaturalizando comportamientos que nos generan malestar y a la vez nos hacen ir consolidando y haciéndonos dependientes de un vínculo del cual se nos hará difícil salir. Esta temática se nutre de diversos factores de la subjetividad humana que complejizan el fenómeno, entre ellas la compulsión a la repetición de ambas actores, la dependencia de socio-económico de la víctima, la cultura política de la sociedad, la falta de educación, entre otras. De manera que el único punto que se ha pretendido iluminar en este escrito, es el alto perjuicio que trae el acostumbrarnos a invisibilizar (bajar el perfil, negar, naturalizar, trivializar, etc.) la gravedad de la violencia –en particular la de género- para efectos del bienestar subjetivo y social.

Alternativas de Atención

  • Psicoterapia individual a adultas/os, adolescentes, niñas y niños
  • Atención Psiquiátrica
  • Terapia Familiar
  • Terapia de Pareja
  • Terapia de Grupo
  • Psicoterapia Reparatoria a personas víctimas de violencia
  • Terapia de Revinculación
  • Psicoterapia a Hombres que ejercen violencia
  • Pericias Psicológicas forenses
  • Evaluación de Habilidades Parentales
  • Psicodiagnóstico
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